Pocas veces he sentido tanta inquietud al mirar un cuadro. Es un momento detenido en el tiempo. Un instante real, tangible, en la vida de cuatro personas, pero en el que solo importan dos. Todo el cuadro es en realidad un reflejo de sus gestos y sus miradas. De sus pensamientos que nadie puede adivinar. Sin saber bien por qué, sabemos que piensan lo mismo. Pero hay algo que no encaja, hay algo entre los dos que no debería existir, que evita que se miren y hace que cada uno parezca distraído, pensativo y, sobre todo, solitario. El cuadro despide soledad. ¿O no?
Todo ocurre en un dinner,uno de esos restaurantes prefabricados con amplias cristaleras y los típicos asientos circulares anclados al suelo. Es de noche, seguramente fría, muy fría. La intensa iluminación del local se proyecta como un espectro sobre la solitaria calle y hace pensar que es el único lugar donde es posible encontrar calor.
Dentro del local, sólo cuatro personas: tres clientes y un camarero que viste de blanco y se afana tras la barra, tal vez preparando una copa o fregando platos. En el centro de la imagen, dos personas, una mujer y un hombre, ensimismados en sus pensamientos. El viste con traje oscuro de chaqueta, según la moda de la época, y cubre su cabeza con un sombrero. La mujer lleva suéter carmesí y el pelo rubio suelto cayendo sobre su espalda. Sus labios de un rojo intenso hacen pensar que su visita al local no fue casual. Fue allí por algo, algo que solo ella y el hombre conocen.
El otro hombre solo busca refugio, compañía, seguramente por un destino que no llegó a cumplir. Mira cabizbajo a la barra y seguramente recuerda todos los momentos que pudieron ser distintos en su vida
La pareja está alejada, no forman parte del local. Sin embargo, callan, en un mundo donde el silencio ahoga sus voces ante dos tazas de café. Ella es zurda y él diestro, parecen muy distintos. Sin embargo, el casi imperceptible gesto de sus manos, tan próximas, los delata, aunque no hablan entre ellos. Él fuma, ella tiene algo en su mano derecha: un pretexto para detener su mirada. Solos, como lo está la calle a la que tal vez no se atreven a salir. Solos, por ese imperceptible esfuerzo que hace que él no se atreva a rozar la mano de ella y que ella haga lo mismo. Existen solo unos milímetros entre sus manos, pero es todo un mundo. El mundo que el otro hombre solitario no pudo alcanzar.
Siempre pienso en que ocurrirá después.
Pocas veces he sentido tanta inquietud al mirar un cuadro. Es un momento detenido en el tiempo. Un instante real, tangible, en la vida de cuatro personas, pero en el que solo importan dos. Todo el cuadro es en realidad un reflejo de sus gestos y sus miradas. De sus pensamientos que nadie puede adivinar. Sin saber bien por qué, sabemos que piensan lo mismo. Pero hay algo que no encaja, hay algo entre los dos que no debería existir, que evita que se miren y hace que cada uno parezca distraído, pensativo y, sobre todo, solitario. El cuadro despide soledad. ¿O no?
Todo ocurre en un dinner,uno de esos restaurantes prefabricados con amplias cristaleras y los típicos asientos circulares anclados al suelo. Es de noche, seguramente fría, muy fría. La intensa iluminación del local se proyecta como un espectro sobre la solitaria calle y hace pensar que es el único lugar donde es posible encontrar calor.
Dentro del local, sólo cuatro personas: tres clientes y un camarero que viste de blanco y se afana tras la barra, tal vez preparando una copa o fregando platos. En el centro de la imagen, dos personas, una mujer y un hombre, ensimismados en sus pensamientos. El viste con traje oscuro de chaqueta, según la moda de la época, y cubre su cabeza con un sombrero. La mujer lleva suéter carmesí y el pelo rubio suelto cayendo sobre su espalda. Sus labios de un rojo intenso hacen pensar que su visita al local no fue casual. Fue allí por algo, algo que solo ella y el hombre conocen.
El otro hombre solo busca refugio, compañía, seguramente por un destino que no llegó a cumplir. Mira cabizbajo a la barra y seguramente recuerda todos los momentos que pudieron ser distintos en su vida
La pareja está alejada, no forman parte del local. Sin embargo, callan, en un mundo donde el silencio ahoga sus voces ante dos tazas de café. Ella es zurda y él diestro, parecen muy distintos. Sin embargo, el casi imperceptible gesto de sus manos, tan próximas, los delata, aunque no hablan entre ellos. Él fuma, ella tiene algo en su mano derecha: un pretexto para detener su mirada. Solos, como lo está la calle a la que tal vez no se atreven a salir. Solos, por ese imperceptible esfuerzo que hace que él no se atreva a rozar la mano de ella y que ella haga lo mismo. Existen solo unos milímetros entre sus manos, pero es todo un mundo. El mundo que el otro hombre solitario no pudo alcanzar.
Siempre pienso en que ocurrirá después.
NightHawks: Antes
EL
Clinc.
El sonido le sobresaltó. Debió haberse quedado dormido. Miró la ventana. Había oscurecido. El cristal estaba perlado de gotas de humedad. Era una noche fría y seca. Fría como su corazón y seca como su boca que aún mantenía el sabor al whisky que reposaba en un vaso al alcance de su mano.
Otro Clinc.
Era el sonido del hielo al romperse en el vaso. Atronaba en el silencio de aquella habitación de hotel, una vez más, fría y seca. Solitaria.
ELLA
Clinc.
Se miró frente al espejo mientras con gesto automático se despojaba de sus pulseras metálicas. Le sorprendió el sonido casi musical que hicieron al chocar entre ellas. Le sorprendió aun más darse cuenta de que odiaba ese sonido.
Volvió a mirarse al espejo. Miro su pelo rojizo recogido y, bajando la mirada, llegó a sus ojos. Le pareció estar contemplando a otra persona. Durante un segundo, pensó que alguien la observaba desde el cristal. Alguien que no era ella.
Otro Clinc.
Era su anillo. Al quitárselo había rodado por la repisa del lavabo, justo debajo del espejo. Rodó un corto camino hasta que se frenó al tropezar con un objeto. Era una caja de cerillas de color verde.
EL
Miró la botella medio vacía, con una mezcla de arrepentimiento y ansia de más. Pero sabía que no era eso lo que deseaba. Ni el arrepentimiento ni el ansia tenían nada que ver con la botella de Jack Daniel´s, que reflejaba con tonos ocres la luz mortecina de una farola cercana. No era eso lo que deseaba.
Se levantó del sofá donde se había adormilado y apagó la radio. En 1.942 ninguna noticia era agradable. El mundo mismo no lo era. Nada era como debía ser ni en el mundo ni en su vida. Se sintió egoísta, en un mundo en guerra, en una ciudad temerosa de salir a la calle por la noche, su corazón sentía que todo aquello no le importaba.
Pensó durante un segundo lo que había escrito en aquella caja de cerillas verde. No debió hacerlo, pensó.
Pero lo hizo. Ahora solo faltaba lo más complicado, que ella lo leyera.
ELLA
Recogió su anillo y miró la caja de cerillas. Guardó el anillo con su mano derecha y agarró con quizás demasiada fuerza su cepillo para el pelo. Llevaba en su mano izquierda, sin embargo, la caja de cerillas. No quería abrirla, sentía que era incapaz de hacerlo.
Comenzó a cepillarse el cabello, durante un rato eso la relajó. Volvió a mirarse ante el espejo y pensó, por primera vez en mucho tiempo, en ella.
También pensó en el mundo loco en el que vivía, en un mundo que no quería vivir. Miró la ventana, que también, como en la ventana de él, goteaba humedad. Le parecieron lágrimas.
Sonó el teléfono.
EL
Se aflojó el nudo de la corbata, suavemente al principio y con más fuerza después. De un solo golpe, arrancó el pedazo de tela de su cuello y lo lanzó al suelo sin prestarle más atención. Cayó encima de su vieja maleta aún sin abrir.
Encendió un cigarrillo, otro más. El humo que ascendía en caprichosas espirales le recordó otro momento, no muy lejano en el tiempo, dos años atrás. La última vez que estuvieron juntos. Su mirada deambuló por la sencilla habitación del hotel en el que se encontraba y sus ojos se centraron en el teléfono negro, negro como la ropa interior que llevaba ella y que vio por última vez aquella mañana, negro como sus ojos, negro como todo lo que había vivido desde aquel maldito día en que todo terminó.
Aún recordaba, entre sueños, sentir que ella abandonaba la cama. Apenas había amanecido y la luz del sol se reflejaba suavemente en su cabello. Estaba adormilado, y cuando despertó ella ya no estaba. Solo encontró, en su mesilla de noche, una caja de cerillas. En ella se leía “Stroke of luck”. Golpe de suerte. Era el lugar donde habían estado la noche anterior, donde supieron que sus vidas se cruzarían siempre. Era irónico ese nombre.
La abrió para encender un cigarrillo. Había algo escrito. Lo escribió ella. Sencillamente decía “¿Me amarás mañana?”. Miró pensativo las espirales del humo y tuvo la certeza de que lo haría, pero también, con un escalofrío, supo que eso era imposible.
Dos años después, en un hotel de baja muerte en Greenwich Village, en Manhattan, Nueva York, se encontró mirando el teléfono negro, con la boca seca por el amargo sabor del whisky. Le costó mucho trabajo conocer su dirección, pero consiguió hacerlo. Caminó hasta su casa y, en su buzón, depositó en un sobre cerrado, sin nombre, dos años después, su respuesta, escrita en la caja de cerillas de color verde.
Marcó su número
ELLA
Le sobresaltó el sonido del teléfono. Pensó en dejarlo sonar, pero supo en el último instante que debía hacerlo. Sintió, mientras aún se estaba peinando, que debería atender a esa llamada. Soltó el peine y la caja de cerillas y descolgó el auricular. Era él.
Escuchó su voz por primera vez en dos años, desde aquella maldita mañana en que sintió que su vida se partía en dos. Recordó sus lágrimas mientras se vestía y abandonaba la habitación donde habían pasado la noche juntos. Recordó verle dormido en la cama y escribir una frase en una caja de cerillas. Era una despedida que no quería hacer, su corazón latía como nunca lo había hecho, todo le decía que no debía hacerlo, pero lo hizo.
Todas esas sensaciones habían cambiado hoy. Cuando recogió en su buzón ese sobre lo supo. En ese mismo momento entendió todo.
Descolgó el teléfono negro.
- Hola, ¿Quieres que nos veamos en el dinner al lado de tu casa?
Contestó que sí.
Nighthawks: Durante
EL
Llegó temprano a la cita, Demasiado temprano. Exactamente la última cosa que hubiera deseado hacer. Parecía, una vez más, que su destino le agarraba de la mano y le arrastraba sin preocuparse demasiado por su opinión. Se preguntó si realmente ésta valía para algo. Se preguntó qué diablos estaba haciendo en una ciudad desconocida, en un bar desconocido, esperando a una mujer que le abandonó dos años atrás, dejando tras de sí una cama caliente y un futuro helado como una noche de invierno.
Encendió un cigarrillo, otro más. Miró alrededor mientras el café caliente humeaba en su taza. De nuevo el vapor formaba espirales que se cruzaban con el humo de su cigarrillo formando figuras que desaparecían en un techo oscurecido por tantos cigarrillos de tantas personas que habían ocupado su sitio durante tanto tiempo.
El bar estaba casi vacío. Miró a un hombre sentado a su derecha. Solitario como un deseo incumplido, miraba silencioso su vaso probablemente colmado de whisky. La taza de café vacía que le acompañaba no debió ser suficiente para él. Cabizbajo, parecía una parte más del mobiliario.
El camarero se afanaba en lavar la vajilla que posiblemente nadie más usaría esa noche. Miraba hacia algún lugar intentando no cruzar sus ojos ni con el cliente absorto en sus pensamientos ni con él. El chocar del cristal hizo un clinc que de nuevo le sobresaltó.
ELLA
Se vistió con prisa. Eligió un vestido rojo y unos pendientes a juego. Nada más. Ningún anillo, ningún colgante, ninguna pulsera. Todo sobraba en este mundo que acababa de cambiar tras esa llamada de teléfono.
Sentada en la cama de su frío apartamento, mientras se ajustaba los zapatos, sintió que su pasado la golpeaba de repente como olas enfurecidas en una tormenta. Todo lo que había intentado olvidar durante ese tiempo estaba allí, rodeándola, robando su fuerza y su determinación, empujándola de nuevo hacia lo que, ahora supo, no había podido olvidar. Con un escalofrío, notó que nunca había querido hacerlo.
Eligió el mal camino. Lo supo incluso antes de haber tomado la decisión. Lo supo después y lo sabía ahora, con una certeza que la inundaba, como aquellas caricias que durante tanto tiempo recorrieron su cuerpo y que aún sentía y extrañaba. Cerró los ojos y, una vez más, lloró. Una vez más, tuvo la certeza de que no podría hacer nada por borrar ese pasado y mucho menos ese presente que la rodeaba y que llenaba sus noches de angustia.
Agarró su bolso, introdujo en él la caja de cerillas y, con paso rápido, se encaminó al dinners.
EL
Sonaba “Midnight Cocktail” de Glenn Miller. Odiaba esa canción, lenta y melosa, pero sin embargo le hizo gracia el estribillo. Hablaba de seguir el camino más sencillo para conseguir ser feliz. Irónico.
El hombre gris a su derecha pidió otro whisky con voz trémula, afectada seguramente por el alcohol y, quien sabe, por la canción que seguía sonando desbordando el silencio del local. Pensó en hacer lo mismo, pero una punzada en su cabeza le recordó que no debía. Su vida a fin de cuentas estaba colmada de cosas que no debía haber hecho.
Por fin, se hizo el silencio. Durante un instante disfrutó de él. Cerró involuntariamente los ojos y ella volvió a aparecer en su mente. Una vez más. Sintió su calor, su olor y de nuevo recordó su voz. Sintió un escalofrío, algo diferente a tantas y tantas veces en las que había hecho lo mismo durante estos dos años.
El aire seco y cargado del dinners se movió, seguramente por primera vez en mucho tiempo, el olor a café y cigarrillos desapareció de repente. Sintió una mano en su hombro y, aún sin abrir los ojos, supo que ella estaba a su lado.
ELLA
Hola
Nighthawks: Después
EL
La mano sobre su hombro realizó un movimiento casual y acarició levemente su cuello. Todo su cuerpo se enervó como no lo había hecho nunca antes. El mundo se detuvo de nuevo. El maldito mundo volvió a pararse después de dos años inmóvil. Esbozó el inicio de una sonrisa al contemplar la segunda ironía del destino en una misma tarde. Pensó que ya había cubierto el cupo para ese día.
El aire se estremeció mientras ella se sentaba a su izquierda. Sintió como un punzón su perfume, ese aroma que nunca fue capaz de olvidar, y notó como el dinners se tiñó del color rojo de su vestido. La miró y, tras todo este tiempo deseando gritar esa pregunta que le atormentaba, se vio incapaz de decir nada. Solo pudo callar y mirarla otra vez.
ELLA
Sus ojos encontraron los de él. Sin embargo, no pudo sostener la mirada. Se fijó en su sombrero, ese sombrero que una vez, entre risas y hacía una eternidad, ella se había puesto. Fue una noche muy distinta a esta. Una noche en la que el mundo era de los dos. Una noche, aquella noche, en la que todo, por un segundo, fue posible.
- Nunca me gustó ese sombrero. Ya lo sabes
Sonrió. Lo hizo sinceramente por primera vez en mucho tiempo. No pudo entender por qué, mientras reía, sus ojos se humedecieron y su corazón latió aún un poco más deprisa. Apretó con fuerza su mano derecha y como si eso le diese fuerzas, le miró directamente a sus ojos y se preparó para contar todo lo que había callado.
EL
- Tampoco te gustaba cómo formaba el nudo de mi corbata. Lo recuerdo
Sonrió también.
- Y yo siempre pensé que tu sombra de ojos era a veces demasiado cálida. No les dejaba brillar todo lo que se merecían
Su sonrisa se fue apagando poco a poco, ahogada de nuevo por los recuerdos.
ELLA
- Tienes que saber tantas cosas... Tantas cosas que ahora ya no significan nada, aunque entonces no pude hacerlas frente. Créeme, no pude y lamento cada segundo desde aquel momento. Me odio cada mañana cuando me miro al espejo y te veo reflejado en él. Me mataría por todo el daño que te hice si eso sirviera para algo
Paró un momento, sintió que necesitaba respirar. Notó que temblaba. Exhaló el aire y encontró una nueva fuerza al hacerlo.
- Te amo. Siempre ha sido así. Eres mi vida
EL
No esperaba escuchar esas palabras. Le golpearon de súbito, con una dureza que no había sentido nunca antes. Torpemente buscó en un bolsillo de su chaqueta el paquete de tabaco, lo golpeó con suavidad y llevó un cigarrillo a su boca. El encendedor no funcionó a la primera.
Ella abrió su puño, apretado en él llevaba la caja de cerillas. Verde.
- Ábrela por favor, dame fuego
Solo fue capaz de pronunciar esas palabras.
ELLA
Ya había abierto esa caja de cerillas antes. Había leído una y otra vez lo que estaba escrito en ella. Debajo de su frase “¿Me amarás mañana?” él había escrito con letra firme también tres palabras: “Mañana es hoy”. La tinta aparecía en un punto desdibujada. Sin embargo, nunca estuvo completamente segura de lo que quiso decir. De repente lo comprendió, ese mañana que escribió una vez había llegado. Ese mañana era hoy, en este mismo momento. Como por arte de magia, todo había encajado. Recordó que él le dijo una vez que las cosas siempre terminaban encajando. El futuro se arreglaba por sí mismo y todo acababa teniendo sentido.
- Mañana es hoy, ¿verdad?
EL
- Siempre fue así. Desde que te fuiste fue así. Nunca entendí por qué te marchaste. Nunca creí que eso pudiera pasar. Quizás por eso supe que este momento llegaría. Sabía que volveríamos a encontrarnos
Se escuchó hablar como si fuera otra persona la que lo hacía. Quizás solo oía los latidos de su corazón.
ELLA
- Mi vida era una pesadilla entonces….Hacía mucho tiempo que había dejado de amar a mi esposo y nunca había tenido el valor suficiente para abandonarle. Llegué a temerle, a él y a un futuro sin él. El día que te conocí me amenazó por primera vez. Hui de casa y te encontré. Dios, no puedes imaginar siquiera todo el bien que me hiciste, toda la tranquilidad que hallé a tu lado.
Fijó su vista en una de las paredes amarillentas del local. Reflejaban la luz de los fluorescentes del techo de manera exagerada, casi hiriente. Al retirarla, sus ojos se cruzaron.
Él había envejecido en estos dos años. Su cuerpo había dejado atrás la frescura que recordaba, reflejaba un cansancio más allá de lo físico, un halo de amargura parecía rodearle. Sin embargo, seguía transmitiendo firmeza y decisión en cada gesto.
- Me fui contigo. Y fui feliz. Recuerdo cada instante del tiempo que vivimos juntos, cada segundo. Había encontrado el significado de mi vida en la tuya. Y decidí compartirla para siempre. Me encontré con él y le dije que quería divorciarme. Me golpeó, me insultó y juró que me mataría si le dejaba. Me aterrorizó
Dejó de hablar. Había contado toda su vida en apenas cinco minutos. Miró la caja de cerillas como buscando inspiración. Él miraba al infinito mientras un cigarrillo humeaba en su mano. El camarero sacaba brillo de nuevo a una copa que hace tiempo debería haber sido reemplazada. El hombre gris agarraba su vaso y por un momento pareció mirarles. Volvió a sus pensamientos mientras tomaba un nuevo sorbo de whisky.
- Tuve que volver con mi marido. Me aborrezco desde ese día por eso. Pero ha acabado, he encontrado la fuerza que me faltaba. La encontré en ti. Hoy volveré contigo, para siempre. Te amo.
EL
Perdió la calma. Todas las emociones que había guardado se desbordaron repentinamente. Volvió a sentir que todo era ella. Apagó el cigarrillo y agarró su mano. Los dos sujetaban la caja de cerillas.
- Te amo
Miró sus ojos y, mientras el tiempo se detenía y todo dejaba de importar, besó sus labios rojos como la sangre.
EL HOMBRE GRIS
Era lo que esperaba, sabía que iba a ocurrir desde el mismo momento en que recibió el encargo de seguir a esa mujer. En el fondo, tenía una cierta simpatía por ella. No debería ser fácil convivir con el hombre que le contrató. Pero no era la primera vez que le pasaba, ni sería la última.
Sintió el frío de la pistola que llevaba en el bolsillo derecho de su traje. Le molestaba y deformaba el vestido pero, por experiencia, este era el mejor lugar para guardar un arma.
Soltó el vaso e introdujo su mano en ese bolsillo.
EL
Sintió frío. Un dolor repentino e intenso que le sorprendió. Un ruido atronador que aún zumbaba en sus oídos. Y luego la certeza de que la vida se le escapaba. Mientras su cabeza se desplomaba en el mostrador del dinners, comprendió que le habían disparado y que ese ruido se había producido dos veces. No tuvo fuerzas para hacer nada. Solo sintió, una vez más, el cuerpo cálido de ella a su lado.
ELLA
La luz brillante del local se fue apagando poco a poco y la sustituyó una oscuridad cada vez más fría. Había soltado la caja de cerillas, que cayó sobre el mostrador. Su color verde estaba ahora manchado por su sangre y la de él. Agarró su mano en un último esfuerzo y se sintió bien por primera vez en mucho tiempo. Sintió el cuerpo cálido de él a su lado. Cerró los ojos.
La mano sobre su hombro realizó un movimiento casual y acarició levemente su cuello. Todo su cuerpo se enervó como no lo había hecho nunca antes. El mundo se detuvo de nuevo. El maldito mundo volvió a pararse después de dos años inmóvil. Esbozó el inicio de una sonrisa al contemplar la segunda ironía del destino en una misma tarde. Pensó que ya había cubierto el cupo para ese día.
El aire se estremeció mientras ella se sentaba a su izquierda. Sintió como un punzón su perfume, ese aroma que nunca fue capaz de olvidar, y notó como el dinners se tiñó del color rojo de su vestido. La miró y, tras todo este tiempo deseando gritar esa pregunta que le atormentaba, se vio incapaz de decir nada. Solo pudo callar y mirarla otra vez.
ELLA
Sus ojos encontraron los de él. Sin embargo, no pudo sostener la mirada. Se fijó en su sombrero, ese sombrero que una vez, entre risas y hacía una eternidad, ella se había puesto. Fue una noche muy distinta a esta. Una noche en la que el mundo era de los dos. Una noche, aquella noche, en la que todo, por un segundo, fue posible.
- Nunca me gustó ese sombrero. Ya lo sabes
Sonrió. Lo hizo sinceramente por primera vez en mucho tiempo. No pudo entender por qué, mientras reía, sus ojos se humedecieron y su corazón latió aún un poco más deprisa. Apretó con fuerza su mano derecha y como si eso le diese fuerzas, le miró directamente a sus ojos y se preparó para contar todo lo que había callado.
EL
- Tampoco te gustaba cómo formaba el nudo de mi corbata. Lo recuerdo
Sonrió también.
- Y yo siempre pensé que tu sombra de ojos era a veces demasiado cálida. No les dejaba brillar todo lo que se merecían
Su sonrisa se fue apagando poco a poco, ahogada de nuevo por los recuerdos.
ELLA
- Tienes que saber tantas cosas... Tantas cosas que ahora ya no significan nada, aunque entonces no pude hacerlas frente. Créeme, no pude y lamento cada segundo desde aquel momento. Me odio cada mañana cuando me miro al espejo y te veo reflejado en él. Me mataría por todo el daño que te hice si eso sirviera para algo
Paró un momento, sintió que necesitaba respirar. Notó que temblaba. Exhaló el aire y encontró una nueva fuerza al hacerlo.
- Te amo. Siempre ha sido así. Eres mi vida
EL
No esperaba escuchar esas palabras. Le golpearon de súbito, con una dureza que no había sentido nunca antes. Torpemente buscó en un bolsillo de su chaqueta el paquete de tabaco, lo golpeó con suavidad y llevó un cigarrillo a su boca. El encendedor no funcionó a la primera.
Ella abrió su puño, apretado en él llevaba la caja de cerillas. Verde.
- Ábrela por favor, dame fuego
Solo fue capaz de pronunciar esas palabras.
ELLA
Ya había abierto esa caja de cerillas antes. Había leído una y otra vez lo que estaba escrito en ella. Debajo de su frase “¿Me amarás mañana?” él había escrito con letra firme también tres palabras: “Mañana es hoy”. La tinta aparecía en un punto desdibujada. Sin embargo, nunca estuvo completamente segura de lo que quiso decir. De repente lo comprendió, ese mañana que escribió una vez había llegado. Ese mañana era hoy, en este mismo momento. Como por arte de magia, todo había encajado. Recordó que él le dijo una vez que las cosas siempre terminaban encajando. El futuro se arreglaba por sí mismo y todo acababa teniendo sentido.
- Mañana es hoy, ¿verdad?
EL
- Siempre fue así. Desde que te fuiste fue así. Nunca entendí por qué te marchaste. Nunca creí que eso pudiera pasar. Quizás por eso supe que este momento llegaría. Sabía que volveríamos a encontrarnos
Se escuchó hablar como si fuera otra persona la que lo hacía. Quizás solo oía los latidos de su corazón.
ELLA
- Mi vida era una pesadilla entonces….Hacía mucho tiempo que había dejado de amar a mi esposo y nunca había tenido el valor suficiente para abandonarle. Llegué a temerle, a él y a un futuro sin él. El día que te conocí me amenazó por primera vez. Hui de casa y te encontré. Dios, no puedes imaginar siquiera todo el bien que me hiciste, toda la tranquilidad que hallé a tu lado.
Fijó su vista en una de las paredes amarillentas del local. Reflejaban la luz de los fluorescentes del techo de manera exagerada, casi hiriente. Al retirarla, sus ojos se cruzaron.
Él había envejecido en estos dos años. Su cuerpo había dejado atrás la frescura que recordaba, reflejaba un cansancio más allá de lo físico, un halo de amargura parecía rodearle. Sin embargo, seguía transmitiendo firmeza y decisión en cada gesto.
- Me fui contigo. Y fui feliz. Recuerdo cada instante del tiempo que vivimos juntos, cada segundo. Había encontrado el significado de mi vida en la tuya. Y decidí compartirla para siempre. Me encontré con él y le dije que quería divorciarme. Me golpeó, me insultó y juró que me mataría si le dejaba. Me aterrorizó
Dejó de hablar. Había contado toda su vida en apenas cinco minutos. Miró la caja de cerillas como buscando inspiración. Él miraba al infinito mientras un cigarrillo humeaba en su mano. El camarero sacaba brillo de nuevo a una copa que hace tiempo debería haber sido reemplazada. El hombre gris agarraba su vaso y por un momento pareció mirarles. Volvió a sus pensamientos mientras tomaba un nuevo sorbo de whisky.
- Tuve que volver con mi marido. Me aborrezco desde ese día por eso. Pero ha acabado, he encontrado la fuerza que me faltaba. La encontré en ti. Hoy volveré contigo, para siempre. Te amo.
EL
Perdió la calma. Todas las emociones que había guardado se desbordaron repentinamente. Volvió a sentir que todo era ella. Apagó el cigarrillo y agarró su mano. Los dos sujetaban la caja de cerillas.
- Te amo
Miró sus ojos y, mientras el tiempo se detenía y todo dejaba de importar, besó sus labios rojos como la sangre.
EL HOMBRE GRIS
Era lo que esperaba, sabía que iba a ocurrir desde el mismo momento en que recibió el encargo de seguir a esa mujer. En el fondo, tenía una cierta simpatía por ella. No debería ser fácil convivir con el hombre que le contrató. Pero no era la primera vez que le pasaba, ni sería la última.
Sintió el frío de la pistola que llevaba en el bolsillo derecho de su traje. Le molestaba y deformaba el vestido pero, por experiencia, este era el mejor lugar para guardar un arma.
Soltó el vaso e introdujo su mano en ese bolsillo.
EL
Sintió frío. Un dolor repentino e intenso que le sorprendió. Un ruido atronador que aún zumbaba en sus oídos. Y luego la certeza de que la vida se le escapaba. Mientras su cabeza se desplomaba en el mostrador del dinners, comprendió que le habían disparado y que ese ruido se había producido dos veces. No tuvo fuerzas para hacer nada. Solo sintió, una vez más, el cuerpo cálido de ella a su lado.
ELLA
La luz brillante del local se fue apagando poco a poco y la sustituyó una oscuridad cada vez más fría. Había soltado la caja de cerillas, que cayó sobre el mostrador. Su color verde estaba ahora manchado por su sangre y la de él. Agarró su mano en un último esfuerzo y se sintió bien por primera vez en mucho tiempo. Sintió el cuerpo cálido de él a su lado. Cerró los ojos.


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