martes, 10 de octubre de 2017

Hikari II






Una brisa suave mece las cortinas de tela azul atravesando la ventana abierta de par en par. El sonido debe de alguna forma confundirse con mi sueño, porque ahora estoy en Miyakojima, la isla Miyako, un lugar ubicado mucho más cerca de Taiwán que de Japón y el sitio más alejado que pude encontrar para descansar, e intentar olvidar, una vez más, el zumbido constante de mi mente. Esa sensación de vacío e intranquilidad que últimamente me acosaba a todas horas. Sin duda era el agotamiento del trabajo, no poder ver a mis hijos salvo en la noche y darles un beso fugaz en la frente, mezclando la pasión y el amor que sentía por ellos con el deseo de no despertarles.  Pero sobre todo sentir que, poco a poco, de una manera que me destrozaba, estaba perdiendo a Hikari, la razón de todo, y desde lo más profundo de mi interior, tener la certeza de que mi razón, goteando como el agua de la mañana en una hoja, también se escapaba con ello.

Estoy tumbado en la playa de Maehama, el sol calienta mi piel y me hace sudar un poco, ligeramente, justo para elevarme a un nivel de consciencia que me permite escuchar la conversación de Takumi y Hayami. Sé que sin mucha dilación se transformará en una discusión que solo dos adolescentes son capaces de entender.  Su voz se entremezcla con el compás pausado de las olas y el viento hace que escuche solo parte de sus palabras. Son palabras que reflejan la profunda personalidad de ambos.
Takumi, maestro… siempre sonrío ¿maestro de qué?, hay tantas cosas en las que podría serlo..  Hayami, con su belleza especial, sus ojos de un negro tan profundo que mirarlos significa introducirse en la noche. Esos ojos que me hacen recordar intensamente la mirada profunda y misteriosa de Hikari.

Ella está a mi lado, su cuerpo moldeado por un bañador negro, tumbada junto a mí, pero ausente, sé que no está aquí. El libro que sostiene en sus manos permanece inmóvil desde hace rato. No ha pasado ninguna página desde que la estoy mirando. Siento que no se da cuenta de que lo hago y pienso qué decir si ella percibe que la estoy observando.

De repente, se levanta una brisa desde el mar y siento que toda mi piel se eriza, no es una brisa, es el aire empujando con fuerza la arena, una fuerza que no entiendo. La arena choca contra mi piel y, torpemente, intento apartarla de mi cuerpo, pero no lo consigo. Siento que la arena comienza a rodear mi cuerpo y me ahoga, pero no puedo hacer nada por evitarlo. Hikari continúa con su mirada fija en el infinito, Takumi y Hayami continúan peleando y yo intento llamar su atención, pero no puedo, estoy inmóvil y el cielo que hace un segundo era azul se ha vuelto gris.

Despierto, me doy cuenta de que estaba quedándome dormido y que vuelvo a tener pesadillas, nunca conseguí que ningún doctor las evitara. Es mi naturaleza, me decían cuando después de tantas ocasiones tumbado en un diván, renunciaban a hacer que la psicología, esa ciencia añeja, funcionase en mí.

Ahora estoy más tranquilo, poco a poco todo vuelve a la normalidad. Hikari por fin ha pasado una página de su libro y mis hijos han dejado de discutir. El viento ha cesado y siento que todo vuelve a ser normal. Respiro hondo y vuelvo a sentir calor. Debe ser tarde, porque la marea ha subido y el agua de la playa comienza a rozarme tímidamente. Lleno la palma de mi mano con agua y me froto la cara para despertarme del todo.  El agua tiene una textura y un sabor extraños, muy extraños.

Miro mis manos y siento que el mundo se detiene a mi alrededor. Es sangre.