Una brisa suave mece las cortinas de tela azul atravesando la ventana abierta de par en par. El sonido debe de alguna forma confundirse con mi sueño, porque ahora estoy en Miyakojima, la isla Miyako, un lugar ubicado mucho más cerca de Taiwán que de Japón y el sitio más alejado que pude encontrar para descansar, e intentar olvidar, una vez más, el zumbido constante de mi mente. Esa sensación de vacío e intranquilidad que últimamente me acosaba a todas horas. Sin duda era el agotamiento del trabajo, no poder ver a mis hijos salvo en la noche y darles un beso fugaz en la frente, mezclando la pasión y el amor que sentía por ellos con el deseo de no despertarles. Pero sobre todo sentir que, poco a poco, de una manera que me destrozaba, estaba perdiendo a Hikari, la razón de todo, y desde lo más profundo de mi interior, tener la certeza de que mi razón, goteando como el agua de la mañana en una hoja, también se escapaba con ello.
Estoy tumbado en la playa de Maehama, el sol calienta mi piel y me hace
sudar un poco, ligeramente, justo para elevarme a un nivel de consciencia que
me permite escuchar la conversación de Takumi y Hayami. Sé que sin mucha
dilación se transformará en una discusión que solo dos adolescentes son capaces
de entender. Su voz se entremezcla con
el compás pausado de las olas y el viento hace que escuche solo parte de sus palabras.
Son palabras que reflejan la profunda personalidad de ambos.
Takumi, maestro… siempre sonrío
¿maestro de qué?, hay tantas cosas en las que podría serlo.. Hayami, con su belleza especial, sus ojos de
un negro tan profundo que mirarlos significa introducirse en la noche. Esos
ojos que me hacen recordar intensamente la mirada profunda y misteriosa de
Hikari.
Ella está a mi lado, su cuerpo
moldeado por un bañador negro, tumbada junto a mí, pero ausente, sé que no está
aquí. El libro que sostiene en sus manos permanece inmóvil desde hace rato. No
ha pasado ninguna página desde que la estoy mirando. Siento que no se da cuenta
de que lo hago y pienso qué decir si ella percibe que la estoy observando.
De repente, se levanta una brisa
desde el mar y siento que toda mi piel se eriza, no es una brisa, es el aire
empujando con fuerza la arena, una fuerza que no entiendo. La arena choca
contra mi piel y, torpemente, intento apartarla de mi cuerpo, pero no lo
consigo. Siento que la arena comienza a rodear mi cuerpo y me ahoga, pero no
puedo hacer nada por evitarlo. Hikari continúa con su mirada fija en el
infinito, Takumi y Hayami continúan peleando y yo intento llamar su atención,
pero no puedo, estoy inmóvil y el cielo que hace un segundo era azul se ha
vuelto gris.
Despierto, me doy cuenta de que
estaba quedándome dormido y que vuelvo a tener pesadillas, nunca conseguí que
ningún doctor las evitara. Es mi naturaleza, me decían cuando después de tantas
ocasiones tumbado en un diván, renunciaban a hacer que la psicología, esa
ciencia añeja, funcionase en mí.
Ahora estoy más tranquilo, poco a
poco todo vuelve a la normalidad. Hikari por fin ha pasado una página de su
libro y mis hijos han dejado de discutir. El viento ha cesado y siento que todo
vuelve a ser normal. Respiro hondo y vuelvo a sentir calor. Debe ser tarde,
porque la marea ha subido y el agua de la playa comienza a rozarme tímidamente.
Lleno la palma de mi mano con agua y me froto la cara para despertarme del
todo. El agua tiene una textura y un
sabor extraños, muy extraños.
Miro mis manos y siento que el
mundo se detiene a mi alrededor. Es sangre.